Lo poco que puedo decir, como incurable idealista que soy, es que la amistad es un profundo sentimiento de fidelidad, solidaridad, sinceridad..., amor incluso, hacia otra u otras personas. Recíproco, o debería de serlo, para poder conservar los valiosos secretos mutuamente guardados así como los sentimientos de seguridad y protección que alguien, que conoce y ama tu alma, te da.
La realidad es bien distinta o al menos en mi caso. He pasado por casi todas las circunstancias en las que aquello de haz el bien... va en detrimento de tu futuro.
Por alguna extraña razón a lo largo de la vida me acompaña la misma sensación respecto a "los otros" y no hablo del film de Amenabar, me refiero al resto de la especie humana a excepción, claro está, de mis padres, abuelos y (se acabó la lista).Podría narrar la interminablemente lista de traiciones y mentiras, de tretas miserables y otras cuitas a las que he sido sometida por los susodichos "amigos" a lo largo de toda mi vida. Pero tiempo al tiempo. Hoy voy al grano.
La última anécdota que voy a contaros, es cuando me cruzo por la calle, por casualidad, con "mi gran amiga de la infancia" vecina de mi barrio, compañera de mis primeros años escolares, camarada de juegos y confidente de los primeros pasos por el mundo.
La voz anónima del camino a la nada.
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