viernes, 5 de diciembre de 2008

Sobre cuando la falta de oxígeno te encoge el alma


¿Qué título más raro no?


Pero qué decirte a ti que me escuchas cuando me estalla el alma. Así me siento.


Cuando la vida te da mucho menos de lo que te quita y caminas triste hasta el último de tus días. Porque así es. Cada día es un paso más para el final de esta efímera vida. Lo peor, cuando le pierdo el sentido al vivir y creo que mi existencia no tiene ningún objetivo.


Qué puedo hacer si tengo, materialmente, todo lo que deseo. No es que tenga grandes cosas, pero sí que tengo todo lo que puedo desear y las cosas que son, me satisfacen. Lo que no tengo es amigos de verdad. Casi ninguno. ¿Acaso esto no es más importante que un bonito sofá? Tampoco tengo con quien reír, porque el destino me puso al lado de gente traicionera y falsa a lo largo de toda mi existencia. Tal vez sea yo la rara que no merezca nada. Tal vez sea demasiado sincera y la gente no acaba de entender mi más profunda esencia.


He comprobado hasta la saciedad que la hipocresía en general es totalmente admitida como el rol social que funciona. Yo no puedo. Soy así. Transparente. Feliz conmigo misma y, a estas alturas de mi existencia, tal vez enrarecida debido a la soledad y a los constantes autodiálogos que tanto me llenan, pero que igual no dejan mucho espacio para las opiniones ajenas.


A veces pienso que vine a este mundo a sufrir, sentenciada de por vida a que resbalen entre mis dedos las pocas gotas de felicidad cuando apenas comienzo a acariciarlas, a tener que observar triste como siempre se escapan.


No recuerdo ya en que pasaje melodramático de mi pasado perdí a la niña que debió existir en mis entrañas. No logro recordar en qué punto del mundo al que viajé pudieron robarme la risueña adolescente que que fui un día. A la loca, rebelde y mala estudiante que era centro de atención de toda la clase por las interminables travesuras y las risas sin tregua que atronaban los oídos de todo el que estuviera cerca de mí.


¿Qué se puede hacer imbuida en esta miserable existencia cuando las risas ya no están, cuando las ilusiones no existen y la felicidad se torna utopía inalcanzable?


Imagina, mi fiel amigo imaginario, el dolor que aflora a través de mis palabras y que sale desde lo más profundo de mi alma. Tal vez ahora puedas comprender el título de este escrito y que comprendas por qué la falta de oxígeno me está matando lentamente, sutilmente... mientras observo anónimamente, y sumida en esta angustia cruel, como la vida está ahí, sigue ahí, que hay quien "vive", personas a quienes el corazón les late enérgicamente mientras se dibuja la sonrisa en la comisura de sus labios. Y mientras yo espero inútilmente la llegada de mi momento de poder sentirlo. ¿Será mañana el principio de mi vida? ¿Cuándo?...


¿Acaso el desvío hacia mi verdadero camino aún no ha llegado? El miedo a que continúe por la gran autopista por la que transito y que nunca pueda alcanzar ese desvío que me llevará a mi sitio. Que me pase y no haya nunca más un cambio de sentido, que me equivoque y crea haber encontrado la salida correcta y perderme para siempre en el laberinto interminable de los sueños muertos. Tal vez sea peor. Puede que llegue rápido, a toda velocidad, al final de la autopista y encuentre la nada. Ni desvíos, ni señales, ni continuación de nada. El lugar donde la tristeza cae en caída libre y se convierte en nada.


La eterna nada, esa que tanto asusta, pero que al fin y al cabo es el final del dolor, el final también de todo lo malo.